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Se pierde quien está pendiente de los otros, de lo que hacen, dicen, sienten, tienen o no. En un mundo cada vez más vacío de ideales como el amor al prójimo, las luchas por la unión de los pueblos, disminuir la marginalidad, acercar a la gente, que todos tengan oportunidad de
estudiar, crecer.
El consumismo nos consume, se trabaja largas horas para pagar todo lo que se tiene que tener que no se llega a disfrutar, o el goce es tan fugaz que aparece otro producto para comprar, y no miramos a ningún otro, les damos cosas a nuestros hijos y les robamos el tiempo compartido, les mandamos whatsapp a los amigos y no tomamos café, no nos reímos juntos, ni sabemos que le pasa al otro.
Las redes nos inundan de palabras vacías, sin darnos cuenta, hemos dejado de pensar por nosotros mismos, y nos mueven como a marionetas desde lugares lejanos, deseos que no son nuestro, costumbres que nada tiene que ver con nosotros, incluso hasta se desdibuja la historia y perdemos nuestro camino. Los jóvenes no tienen deseo de aprender, lo consideran pérdida de tiempo, y se dan cuenta que son esclavos de un sistema del cual no saben cómo escapar, y cuando adultos caen en él.
Todo lo vivido repercute en el cerebro y luego esas nuevas redes, y cambios neuroquímicos se expresan en patología si son anómalas.
¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra historia? ¿Qué es lo que nos hace felices? ¿Por qué elegimos siempre proyectos a corto plazo? ¿Qué nos impide tener una identidad propia?
Sólo para reflexionar…
Patricia
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