El surgimiento de olas ocurrirá una y otra vez en nuestra vida. Podemos aprender a navegar estas olas, surfearlas de forma amable hasta que eventualmente no sean tan fuertes. Y eso no necesariamente porque hayan disminuido su intensidad sino porque ya has aprendido cómo navegarlas con valor y humor.
De esta forma, podemos estar en la presencia de la crudeza de la vulnerabilidad sin tener que esconderla debajo de la alfombra, sin voltear la cara cuando la experimentemos para no verla, sino que podemos reconocerla como parte de la condición humana. Así, podemos ser anfitriones del fallar.
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Fallamos porque la vida viene con nuestra propia naturaleza. No siempre es necesario pasar por circunstancias desafortunadas que nos hacen sentir en el fondo del océano, puede ocurrir algún tema que nos preocupe desde hace tiempo vaya a tocar fondo. Llegar al punto límite de nuestro aguante. Sea como fuere, hay momentos en nuestra vida donde pareciera ser que atravesamos un ciclo oscuro, cargado de negatividad, donde no encontramos guía
o solución para los problemas que tenemos. Controlar esa reactividad y aprender a ser resilientes. Lo cual quiere decir que nuestro estado de ánimo no va a depender de lo que suceda “ahí fuera”, sino más bien de cómo decidimos nosotros sentirnos. Pero hasta que eso suceda, vamos a estar presos de una manera u otra de todo aquello que pase a nuestro alrededor. Nos influyen el entorno y todas nuestras circunstancias.
Todo, de una forma u otra, hace mella en nosotros, provocando que reaccionemos de una forma que depende de la personalidad de cada uno y del nivel de trabajo interior que tenga hecho.
Está muy bien el atravesar diversos momentos difíciles, crisis, pues todo nos enseña. En ocasiones hemos de permitir que el dolor de esas situaciones nos traspase y paralice. Pero esto no ha de convertirse en una constante en el proceso que estamos atravesando. Y mucho menos algo que nos quite el poder de cambiar la situación.
“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. ( Buda)
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