El género debe ser entonces entendido como una categoría transversal que es experimentada en todo ámbito y por todo tipo de sujetos. La experimentamos en nuestros mitos, en nuestras doctrinas religiosas, políticas y legales, en los sistemas del parentesco, en el mercado de trabajo, y en nuestras propias biografías. Más aún, al estar presente en todo tipo de relación social, el género facilita un modo de entender el significado de las complejas relaciones en varias formas de interacción humana, ya sea la política, la espiritualidad, o la
economía, entre otras.
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En un inicio, el género resulta entonces importante solamente en aquellas áreas que comprenden relaciones entre los sexos. Este aspecto resulta considerablemente importante, sobre todo cuando consideramos la historia del desarrollo de la antropología como disciplina, donde existen, me parece, dos debates importantes a ser tomados en cuenta: el debate sobre la relación naturaleza-cultura y el debate, vinculado a éste primero, sobre la diversidad.
Desde su nacimiento en el siglo XIX, la Antropología ha estado ampliamente influenciada por un paradigma occidental biológico que ha servido como justificación para la desigualdad económica, política, social y cultural. Hombre europeo frente a la naturaleza y frente a la propia humanidad. El paradigma imperialista de la biología era, en ese entonces, y continúa siendo, un paradigma que utiliza la diferencia biológica entre miembros de la especie humana y entre la especie humana y otras especies, como razón y justificación para la dominación del hombre blanco sobre la naturaleza, sobre las mujeres, y sobre todas las razas no blancas o de color.
El movimiento feminista de posguerra motivó un nuevo interés por las vidas de las mujeres que dio origen a la antropología de género. A finales de los ochenta, Simone de Beauvoir ofrece una crítica al determinismo biológico. Nos dice que la mujer es una categoría culturalmente construida y que existe un sistema de sexo-género en cada sociedad, por
medio del cual la mujer se transforma de su categoría biológica femenina a su categoría social de mujer.
Las investigaciones de los ochentas y noventas proveerían entonces un mayor entendimiento de la producción del género y de las identidades sexuales. Se cuestionan las categorías naturalizadas de parentesco y de la familia, afirmando que la sexualidad y el sexo también son culturalmente construidas, llenas de significado social e inmersas en relaciones más amplias de poder.
Los análisis interculturales demuestran que la orientación sexual y los apegos eróticos no son consistentes a los largo del ciclo de la vida, de manera que la heterosexualidad, al igual que la homosexualidad aparece como una construcción social que establece arreglos específicos de los sexos y sus deseos.
Los debates sobre la diversidad y sobre la división cultura-naturaleza han estado siempre presentes como parte de este objetivo: ¿qué tanto de nuestras formas de vivir son naturales y qué tanto son construcciones culturales? Hacernos esta pregunta es vital, sobre todo ahora que a causa de la globalización del sistema empresarial corporativista, estamos viendo tantos cambios a nivel ecológico-ambiental, económico, político, social, y cultural en
nuestro planeta.
Hoy en día se entiende entonces que el género es esencial para comprender los sistemas de subordinación, resistencia, exclusión e inclusión de la vida humana. Joan Scott, refiere que debemos entonces reconocer que el género se construye a través del parentesco, pero no de forma exclusiva. Se construye también mediante la economía, y la política, que hoy en día actúan de un modo ampliamente independiente del parentesco. En el caso que he propuesto analizar en esta ponencia, la violencia contra la tierra y su aparente vínculo con
la violencia a la mujer, sirve para analizar la definición de género de Joan Scott:
el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos, y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder.
En relación a la política el género ha servido para regular, concebir y legitimar el poder económico, político y social. El género parte de unas concepciones concretas sobre lo masculino y lo femenino, a la vez que las establece.
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